lunes, 29 de junio de 2015

Aferrados a la Nada


Ambos lo sabían, pero ninguno decía nada, no fuera a ser que sus vidas cambiaran.
- ¿Me quieres? Preguntaba ella
- Claro que te quiero, contestaba él. 
Y los dos sabían que no, que las cosas ya no eran como antes.  Que, en realidad, se habían estado haciendo compañía durante todos esos años, cumpliendo así la promesa que un día se hicieron, sin hablar, de cubrirse las respectivas carencias.  Que lo que allí pasaba era que se necesitaban, que dependían emocionalmente el uno del otro.  
Porque se daban seguridad, porque aquello era lo conocido, porque el mundo (eso lo sabemos todos) es un lugar inhóspito, peligroso, lleno de situaciones desconocidas. Porque en casa se estaba muy calentito. Porque, además, no se llevaban mal. 
Vale que no sentían ya nada el uno por el otro, vale que él, sin buscar, había encontrado a otra a quien amar. Vale que ella, en el fondo, lo sabía y prefería disimular por no levantar la liebre. Vale que llegar a casa era una condena, vale que los fines de semana se hacían eternos. Pero les daba tanto miedo imaginarse la vida de otra manera... Había sido hasta entonces todo tan seguro y tan predecible en esa casa, que la idea de adentrarse en un mundo cambiante, en el que cada día les pudiera ocurrir algo nuevo, les aterraba.
Hasta que un día, uno de los dos se atrevió y dijo:" Mañana me voy"
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Y fueron felices y comieron perdices.



jueves, 25 de junio de 2015

NO, aún mejor

- ¿Te quieres casar conmigo?
- No, pero prometo serte leal y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
- Pues casi que lo prefiero.


miércoles, 24 de junio de 2015

La Ley de la Atracción... ¿EN SERIO?

¿De verdad esperamos que el universo nos conceda cada una de las chorradas que pedimos? Pues estamos de enhorabuena: no es así. Y menos mal, porque si a mí me llega a conceder todos los deseos, ahora mismo sería otra y, la verdad, no me lo quiero ni imaginar.
Afortunadamente, la vida es más lista y más paciente que yo. Afortunadamente, mi vida no es tal y como la había imaginado cuando tenía 15 años. De hecho, creo que tengo el récord del mínimo de coincidencias entre lo deseado y la realidad, con un total de 0. Imbatible, oigan.
Lo curioso es que estoy encantada de que haya sido así, la verdad, precisamente gracias a esto.
Así que no, esto no funciona así. La vida (el universo, Dios, el destino... cada cual que lo llame como guste) no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos. Algo parecido ocurre en la relación padres e hijos: al hijo no se le da lo que quiere, sino lo que los padres piensan que es mejor para él, para su desarrollo. Apañados íbamos.
"La vida es eso que pasa mientras tú haces otros planes" dijo uno una vez. Y así es.
Así que más vale que nos vayamos haciendo a la idea, porque esto es innegociable. Pero la cosa no acaba aquí porque, así dicho, da miedo, hasta puede sonar a amenaza.
Por lo tanto, recomiendo, por propia experiencia, centrar la atención en cambiar la actitud en lugar de pretender cambiar al universo. Básicamente porque es más fácil y probable, y porque las personas felices, exitosas, con alegría de vivir... rara vez coinciden con las que menos "problemas" han tenido, sino que suelen ser personas que han conseguido dominar la alquimia que transforma un contratiempo en aprendizaje, en oportunidad. Son personas que han sido conscientes de sus limitaciones; que, en lugar de luchar contra los elementos cuando la batalla está perdida de antemano, en lugar de arrastrarse por la vida con sensación de esfuerzo eterno, han sabido fluir con ella, sacando lo mejor de cada instante, poniendo el foco de atención en las alegrías más que en los momentos de dolor. Y, estas personas, no es que atraigan siempre cosas buenas, como pudiera parecer desde fuera, sino que no se dejan llevar por el sufrimiento, a pesar de que viven experiencias dolorosas. Porque, estas personas, cuando se las mira desde fuera, parece que hayan tenido una vida fácil, que hayan nacido con una flor en el culo. Pero, si nos ponemos en su lugar, si analizamos su vida, nos daremos cuenta de que han atravesado momentos muy buenos, buenos, malos y muy malos, como el resto de la humanidad. Pero, viéndolas, nadie lo diría. 

viernes, 19 de junio de 2015

Es así y no queda otra


- Buenas, vengo porque me encuentro atrapado entre un pasado que no acaba y un futuro que no llega. Algo así como el día de la marmota.
- Bien, la solución es sencilla, que no fácil. Tan sencilla como perdonar.
- Ah, perfecto. Y ¿cómo se hace?
- Pues, para empezar, tiene usted que:
         1) Deshacerse de su ego, de sus exigencias, de su búsqueda de control, de sus pretendidas necesidades, de su necesidad de aceptación.
         2) Dejar de dar credibilidad a sus juicios, entendiendo que no son más que opiniones subjetivas derivadas del intento de proyectar afuera lo que se niega a ver en usted mismo.
         3) Desprenderse de sus apegos, entender que todo sufrimiento viene dado por el miedo a perder algo, algo que usted cree falsamente poseer y necesitar.
        4) Dejar de ver al otro como algo separado de usted mismo y darse cuenta de que, en realidad, el otro no pinta nada, que siempre se está usted relacionando consigo mismo. Por lo tanto, cuando siente que le hieren, es usted quien se hiere, cuando siente que le faltan al respeto, es usted quien se falta al respeto, cuando se siente amado, es usted quien se ama. Y así hasta el infinito.
       5) Hacerse responsable de absolutamente todo lo que le ocurra porque, realmente, no importa lo que ocurra sino cómo lo interpreta. Por tanto, si sufre es porque está percibiendo erróneamente, no por nada que haya ocurrido fuera.
       6) Aceptar su sentir y acogerlo aunque no le guste lo que está sintiendo. No rechazarlo, disfrazarlo o negarlo. Todo ocurre para algo, nada es porque sí.
       7) Y, por último, no hay excepciones ni grados a todo lo anterior. Eso no son sino excusas.
- Uffff. ¿Y no hay otra forma de salir de ésta?
- No.
- Bueno, pues ya si eso vuelvo otro día.
- Cuando quiera. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Tú la llevas


Me levanto por la noche a oscuras y, a pesar de no ver nada, decido que no vale la pena encender la luz porque, total, el baño está a dos pasos. De pronto, oigo un quejido del perro, le he pisado sin querer. Sin embargo, lejos de disculparme y acariciarlo para reconfortarlo, me enfado con él. "Joder, Nuno, es que siempre estás por el medio". 
Y ya está, ya tiene la culpa el perro y yo paso a ser la víctima.

Porque así es la culpa: es el juego inconsciente y automático de "tú la llevas".
Obviamente, el pobre perro lo único que ha hecho es llevarse un pisotón y, además, ni se ha enfadado conmigo ni me va a guardar rencor. Pero da lo mismo, porque yo me he sentido culpable y, en lugar de entender que no he podido verlo y que ha sido un accidente, lo primero que hago es rastrear a ver en quién puedo descargar esa culpa para yo poder recuperar mi inocencia. Y ahí está Nuno, ofreciéndose como culpable. Así que, de repente, se merece lo que le ha pasado y, si no, no haberse puesto en mi camino, que es que siempre estamos igual, no hay manera de que duerma en su cama.
Pues esto es así siempre, aún cuando no nos damos cuenta.
Nos pasamos la vida buscando culpables que carguen con nuestra sensación de ser erróneos, de habernos equivocado. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa conjugado en segunda o tercera persona, plural o singular, cualquiera de ellas sirve. Porque en primera persona, seamos sinceros, da muy mal rollo y es una carga que no hay quien la quiera para sí.
Y calzarle la culpa a otro es tarea fácil, máxime cuando hay un perro de por medio que no te puede mirar atónito para, acto seguido, mandarte a cagar cuando, después de haberlo pisado, a él, que estaba tan tranquilo durmiendo, le cae la bronca.
Con los niños pasa tres cuartos de lo mismo, como no nos van a contestar por "respeto"... Pero el resto del personal tampoco se salva, solo que nos mordemos la lengua y los culpamos en silencio, o por la espalda.
La próxima vez prometo centrar mis esfuerzos en la idea de que, sea lo que sea lo que haya hecho, ha sido sin querer.
Así, todos contentos.

lunes, 8 de junio de 2015

Infinita gratitud. Y mucho amor.


Hoy, después de leer un artículo acerca de los padres tóxicos, siento infinita gratitud hacia los míos, hacia mis padres. 
Y es que, cada uno a su manera (Ella, de manera más cariñosa y Él, más silenciosa pero muy efectiva), me han hecho el regalo más bello del mundo: permitirme ser quien soy.
Los dos, cada uno a su manera.
Mi madre, que cada vez que yo le contaba mi nueva “rareza”, fuera la que fuera (y a pesar de que su mirada no podía ocultar su desacuerdo) se limitaba a decirme: “cariño, si tú eres feliz así, yo también”.
Gracias, Mamá, porque rara vez me he sentido juzgada y, las pocas veces que he tenido esa sensación, me la ha traído al pairo. Gracias por ese amor incondicional tuyo que me hizo entender, desde muy pequeña, que para ser aceptada no tengo por qué justificar cada cosa que hago. Gracias por no haberme pedido nunca explicaciones de mis motivos, aunque ni los entendieras ni los compartieras. Gracias por haberme hecho un ser libre (aunque sé que a veces os he parecido demasiado libre)
Mi padre, que nunca me ha dado consejos (entre otras cosas porque sabía que, si me decía algo, yo haría justo lo contrario), que siempre ha confiado en mí, a pesar de que nunca se le ha dado bien expresar lo que siente.
Gracias, Papá, porque gracias a tu sempiterna “no intervención” tengo una confianza en mí misma y en la vida que me han permitido enfrentarme, sin miedos, a situaciones que no pintaban nada fáciles. Gracias por no haberme sacado nunca (y nunca es nunca) las castañas del fuego y haberme permitido comprobar que se puede, vaya que si se puede. Gracias por haberme enseñado que siempre (y siempre es siempre) uno es responsable de sus actos y no víctima de los demás.
Y gracias a los dos porque, por todo ello, puedo ver en mis hijos esa fuerza y esa libertad que vosotros visteis en mí.
De corazón, gracias a los dos.

jueves, 4 de junio de 2015

Felicidad sujeta a condición


Entre la vida y yo se establece de manera recurrente un diálogo en el que ella me pregunta si quiero ser feliz. Entonces le digo que claro, que cómo no iba a querer serlo.
Y la vida me pregunta que por qué no lo soy. Y le contesto que cómo voy a serlo, en estas condiciones, que yo quiero ser feliz, pero que para eso se requieren unos mínimos. Antes, tendré que salir de la situación en la que me encuentro, porque así, en este plan, es imposible.
Y la vida me mira, compasiva, y me dice que bueno, que vale, que ahora mismo he tomado la decisión de sufrir, pero que avise cuando cambie de opinión, si es que cambio. Y yo me quedo a cuadros porque no entiendo nada: si estoy diciendo que sí, que quiero dejar de sufrir, pero que antes tendré que adelgazar, encontrar un trabajo, recuperar a mi pareja, tendrán mis hijos que sacar buenas notas y mi perro dejar de mearse en el parquet. Y entonces seré feliz.

Y, mientras, sigo estresada, enfadada, desagradecida, con miedos, triste, porque ¡cómo no voy a estarlo! Si todo me sale mal, si la vida es injusta conmigo porque, la verdad, es tan tan injusta conmigo...
Hasta que un día, cuando ya no puedo más, algo se ilumina y me doy cuenta de que, en realidad, es una decisión que solo depende de mí, de que tenga el valor suficiente para tomarla. Pero sin condiciones, sin negociaciones con la vida, sin chantajes ni manipulaciones. Ahora. No mañana, ni pasado, ni el mes que viene. Con absoluta entrega, soltando la artillería que siempre tengo preparada por si acaso. Así, de manera sencilla, como todo en la vida cuando nos deshacemos de las pajas mentales.” QUIERO SER FELIZ. “
Entonces, vuelvo a citarme con la vida, nos tomamos un café y se lo cuento. Que ya estoy dispuesta, que sí, que esta vez va en serio. Que estoy dispuesta a deshacerme de mis miedos, de mis apegos, de mis expectativas, de mis necesidades (de todo eso que siempre me he inventado para justificar mi desdicha), que le entrego todo eso y que haga, a partir de ahora, lo que le dé la gana porque yo, en cada momento, me haré la pregunta “¿elijo paz o sufrimiento?”, haciéndome absolutamente responsable de mi sentir, sin condiciones.

Porque, cuando ponemos condiciones, ponemos excusas, solo que culpamos a los demás (o la vida) de nuestra creencia de ser incapaces.

lunes, 1 de junio de 2015

¿Qué Pensamiento me separa ahora mismo de la Paz?




Ante cualquier signo de conflicto, por pequeño que sea, me paro y observo.
¿Qué pensamiento me separa ahora mismo de la Paz?
Observo el pensamiento, reconozco su ilusoriedad, veo mi percepción, todo tiene origen en mi mente, lo perdono, lo entrego, suelto el conflicto.
Observo este momento, aquí y ahora, despojado de juicios, solo lo observo.
En este instante nada falta y nada sobra. No hay sufrimiento, solo hay plenitud, hay Paz. Esto es lo único que es real.
Todo cuanto me separa de esta plenitud tiene origen en mi mente, no existe. Observo el conflicto, veo como siempre tiene relación con hechos o creencias que no existen. El pasado no existe, solo está en mi mente. El futuro no existe, solo está en mi mente.
Respiro, vuelvo a la plenitud de este instante. Me libero.
Entrego mi mente a la Paz.
Solo mis pensamientos me separan de la Paz. Lo siento y sonrío, pues solo de mí depende cambiar mis pensamientos. Elijo en favor de la Paz. Elijo deshacerme del conflicto.
Cada vez que observo un pensamiento que me separa de mi plenitud, amablemente, lo entrego a la Paz.


Dejo de centrar mi atención en la ilusión, en lo inexistente, en el pasado, en el futuro… y la centro en el único momento en que puedo elegir Paz: AHORA.