martes, 19 de abril de 2016

La vida y los teleoperadores latinos


La semana pasada la dediqué a amargarme la existencia y opté por materializarlo en repetidas e insistentes llamadas al teléfono de atención al cliente de Ono-Vodafone.
No sabe nadie lo mal que lo pasé, porque me empeñé en que me tenían que mandar la grabación de lo que había contratado o, en su defecto, el contrato en pdf y no aceptaba nada que no fuera eso.
Perdí las mañanas y las tardes, casi enteras, al teléfono, empeñándome en algo que, a fecha de hoy, todavía no se ha dado. 
La primera llamada fue sosegada, pedí la grabación y me dijeron que tenía que pedirla por correo electrónico. Lo hice, pero me contestaron que me faltaba un dato. Lo envié. Entonces, por motivos técnicos, lamentablemente, no me la podían enviar. Hasta hoy, que siguen con sus problemas técnicos. 
En vistas de aquello, me empeñé en solucionarlo por teléfono, aunque me costara la vida. Y me iban pasando de un teleoperador a otro, en un bucle eterno. A todo esto, yo tenía un montón de cosas que hacer y, sin embargo, no podía evitar esa lucha. Me puse borde, impertinente, sumisa... Lo intenté todo. Hoy, sigo sin la grabación ni las condiciones de mi contrato. 
Y me he preguntado varias veces por qué no me daba de baja, pero es que yo quería la puta grabación, aún siendo consciente del sufrimiento que me estaba causando ese empeño. Porque contra un teleoperador latino es imposible. Y, a pesar de que suplicaba que no me pasaran con ellos, acababa teniendo a un latino de interlocutor. 
Hasta que el viernes, finalmente, me rendí y entendí que el único problema era yo. Que me había empeñado en algo que estaba claro que no podía ser y yo no lo quería aceptar. Y de ahí mi sufrimiento, de esta resistencia sin sentido. Porque un teleoperador latino de telefonía es como la vida misma: le da lo mismo lo que le pidas o cómo te pongas, te va a decir lo que a él le dé la gana, en un tono tan amable que incluso suena insultante. Y es que, cuando estoy cabreada con alguien, me da rabia que sea amable conmigo, quiero que entre al trapo.
Entendí que, o me daba de baja o dejaba de pelearme y aceptaba las condiciones de Ono Vodafone, pero que no valía la pena la mala vida que me estaba dando para conseguir algo que estaba claro que no iba a conseguir. Ellos tienen unos tiempos y el contrato lo tendré cuando a ellos les dé la gana, me guste o no. O lo tomo o lo dejo, pero no voy a poder imponer mis condiciones. Si no me gusta, solo puedo dejarlo, porque cambiarlo no lo voy a cambiar.
Pues así, justo así, es la vida. Y así de estúpidos nos mostramos nosotros cuando pretendemos conseguir de ella algo concreto y a ella no le da la gana. Porque la vida, insisto, es como un teleoperador latino. Y, a veces, con toda amabilidad, te va a decir, una y otra vez, que no, que te pongas como te pongas, no. Otras, claro está, te dirá que sí y todo se te dará enseguida y de manera muy fluida, sin esfuerzos, pero cuando te dice que no, o que ahora no es el momento, ya puedes ponerte como te dé la gana. Saldrás perdiendo.
Unos días después, parece que empiezo a ver la luz y que las cosas se van dando. Se den o no, ese empeño ya lo he soltado y mi paz ya no depende de cómo acabe esta historia, así que ya me da lo mismo. 
Una vez más, todo depende de mi actitud y no de lo que pase afuera.
Así que gracias, teleoperadores latinos, por la lección que me habéis dado. Espero que no se me olvide porque no me apetece volver a pasar por esto nunca más.

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