Dicen que es mejor amar que ser amado, que es mejor dar que recibir, que lo bueno de verdad, lo que realmente te llena, es dar sin esperar recibir nada a cambio.
Eso dicen.
Pero uno no se lo llega a creer del todo nunca. No, si tiene miedo a que le hagan daño. No, hasta que entiende que esa coraza que parece protegerle, en realidad le está ahogando.
Uno no se lo llega a creer hasta que se atreve a probarlo y, entonces, se da cuenta de que es cierto, que es bonito dar sin medida, sin maquinar estrategias elaborando el plan a seguir para conseguir algo concreto. Es bonito dejarse llevar aun a riesgo de que duela. Es bonito soltar el control y permitir que pase lo que tenga que pasar.
Y, precisamente, cuando amas así, es cuando te vuelves invulnerable, cuando es imposible que sufras, porque no estás atado a un resultado, porque no hay nada que conseguir, nada que retener. Porque la única finalidad es amar y amar es dar, no es esperar a ver qué recibes de fuera. Y da igual lo que pase más allá de eso.
Dando eres feliz, pase lo que pase, dure lo que dure.
Eso dicen. Y no te lo crees hasta que lo pruebas.
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