viernes, 23 de diciembre de 2016

El juicio y el tiempo.


No te juzgues sin tiempo, dice Mario Benedetti. 
Sabias y saludables palabras.
Porque el tiempo no existe, porque siempre es ahora. 
Y lo que no es ahora no es.
Lo que no es ahora solo son pensamientos deliberadamente escogidos en función del propósito que tengamos.
Y nuestro propósito suele ser culpabilizarnos por todo. 
Inconscientemente, sí, pero suele ser ése.
Al final, lo que Mario Benedetti está diciendo es que no te juzgues.
Porque cuando nos juzgamos, lo que estamos haciendo es mirar aquello que hicimos en el pasado, en un momento de nuestra vida que ya no existe.
Y decidir, ahora, que deberíamos haber hecho las cosas de otra manera y que aquello estuvo mal.
Porque cuando nos juzgamos nos estamos auto boicoteando.
Porque es muy fácil decir ahora, con los datos de los que disponemos hoy y el actual estado de conciencia, que deberíamos haber actuado de otra manera. 
Que deberíamos haber elegido mejor. 
A la pareja.
A los amigos.
Elegido otro trabajo.
Otro camino.
Otra reacción.
Otro destino.
Lo mismo da hace un año que hace cinco minutos, ambos son momentos que ya no existen.
Sin embargo, los recreo y les doy apariencia de realidad. 
Y creo que en aquel momento yo era quien soy hoy, sin tener en cuenta la evolución, obviando que nunca soy idéntico a ayer.
No te juzgues.
Porque en aquel momento no tenías elección, aunque hoy pienses lo contrario.
Hiciste lo único que te estaba permitido hacer en aquel momento. Por tu estado de ánimo, por tu nivel de conciencia, por tus miedos, por tus conocimientos.
No te castigues, no creas que te equivocaste. 
Aunque hoy dispongas de más información, estés más sereno, te hayas liberado de los miedos...
Aquella decisión, aquel comportamiento que tuvo lugar entonces no está sucediendo hoy. 
Déjate tranquilo, no te atormentes, deja esa culpa que siempre necesita del pasado para justificar lo incorrecto que eres.
¿Considerarías culpable a un niño de 5 años por no haber sido capaz de hablar cuando tenía 1?
¿No es una auténtica locura? 
Así que... no te juzgues sin tiempo.
No te juzgues.

sábado, 17 de diciembre de 2016

La invulnerabilidad de la mente

Recientemente me he visto envuelta en un episodio en el que varias personas hemos sido engañadas por otra. 
Las reacciones han sido diversas, lo que demuestra, una vez más, que el meollo del asunto no está en lo que acontece sino en cómo cada uno se lo toma. 
Algunos nos lo hemos tomado con humor, hemos aprovechado para recrearnos y jugar.
Otros se han sentido ofendidos, dolidos, tristes.
Otros se han enfadado y mucho.
A otros les ha dado igual.
La cuestión es que, como hablaba con un amigo hace no demasiado, es imposible controlar lo que ocurre porque no depende de uno, pero sí es posible decidir cómo vivirlo. De hecho, el cómo lo vivo es lo que va a definirse como mi experiencia. 
Por supuesto que se requiere de un entrenamiento, pero cuando entiendes que enfadarse, en realidad, es pagar tú por lo que otro ha hecho, que el enfado te hace prisionero, que la ira te convierte en alguien que no eres y que todo eso se puede cambiar, entiendes que vale la pena.
Porque hay otra manera, claro que la hay. No es preciso reaccionar con sufrimiento, por pequeño que sea, a lo que otros hacen. 
Y la otra manera, sobre todo, consiste en el desapego. En no aferrarse a las ideas que nos dicen "esto no tendría que haber pasado, él debería haber hecho aquello que no hizo, las cosas deberían ser de otra manera, no así ". 
La otra manera implica reconocer que esos pensamientos están luchando contra algo contra lo que no se puede luchar: lo que está ocurriendo aquí y ahora. Implica reconocer que son esos pensamientos los que nos provocan sufrimiento, no lo que ocurre. Que los hechos, hasta que los juzgamos, son neutros. Somos nosotros los que decidimos, según lo que nos han enseñado, si algo es bueno o es malo. Si es doloroso o no. 
Pensar como lo hacemos no es algo natural, es heredado, fruto de la educación y la cultura. Por eso, por ejemplo, en algunas culturas la muerte no es motivo de tristeza y en la nuestra sí. 
Por eso, en algunas culturas es una desgracia que una mujer no se haya casado al llegar a cierta edad y otras no es relevante. Incluso en una misma cultura, todo varía en función de la época, como el divorcio, que pasó de ser un drama social a ser algo sin importancia.
Y cuando algo va cambiando de esa manera es porque no es real, porque es artificial, no es innato.
El caso es que, por naturaleza, nos enfadamos porque nos sentimos amenazados, como hacen los animales, porque nos sentimos atacados. No físicamente, pero sentimos que han atacado nuestra mente cuando, en realidad, la mente es invulnerable. Solo yo puedo atacarme a mí misma, mediante pensamientos autodestructivos tipo "he sido una estúpida, me han utilizado, he hecho el ridículo...". En esos casos, soy yo la que piensa esas cosas de mí misma y se provoca sufrimiento. Porque, mientras lo piensen los demás, no me afecta, me da lo mismo; el problema viene cuando lo pienso yo y además doy credibilidad a esos pensamientos.
Cualquier tipo de sufrimiento viene provocado por unos pensamientos a los que yo he decidido dotar de certeza. Y eso se puede cambiar.
Tan sencillo como sustituir los viejos por otros nuevos. Por otros más amorosos conmigo misma, que no me juzguen con tanta dureza, que no me culpen.
Tan solo eso.


                             

lunes, 5 de diciembre de 2016

Decisiones

Uno de mis aprendizajes más valiosos fue el descubrimiento de que, en cualquier circunstancia, por complicada y enrevesada que pueda ser, solo hay dos momentos en los que uno se ve obligado a tomar una decisión: cuando tiene claro lo que quiere y cuando no hay más remedio.
En los demás casos. No hay por qué hacerlo, nadie te obliga y de nada sirve.
¡Cuántas veces me he comido la cabeza pensando que tenía que llegar a una conclusión sin que eso fuera preciso y sin saber para dónde tirar! 
Normalmente, odiamos no saber, nos imponemos una obligación absurda y necesitamos una respuesta ya. Sin embargo, al mismo tiempo dudamos, no tenemos ni idea de lo que queremos y eso es desalentador. 
Pero ¿quién te obliga a saber lo que quieres? ¿Quién te exige una claridad que a todas luces no se está dando? ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer que no tenemos ni idea de lo que queremos y que no pasa nada, que de momento no hay prisa?
NO SÉ. 
Las palabras mágicas. 
Las que me permiten descansar y liberarme del peso insoportable de creer que tengo que saber. 
NO SÉ. 
NO TENGO NI IDEA. 
Y ahí termina la comida de cabeza. 
Curiosamente, parece que el no tener las cosas claras nos genere estrés cuando la realidad es que el estrés nos lo genera el pretender saberlo todo, en lugar de ver que quizás, algún día, esto lo tenga claro y entonces no dudaré, no hará falta que me devane los sesos porque sabré con certeza lo que quiero. Mientras tanto, no puedo exigirme otra cosa. No quiero exigirme lo que de momento no se da. Reconozco que no sé y estoy en paz. 
No hay prisa.
Ninguna prisa.