sábado, 25 de septiembre de 2021

El arroz al horno

Escribí esta carta a mi padre el 16/02/2019, meses después de que nos dejara, y le prometí a mi hermano pequeño que la publicaría en mi blog, pero no la encontraba hasta hoy. 

Lo prometido es deuda, así que ahí va.

"Hace hoy un año me mandaste un whatsapp invitándonos a comer un arroz al horno. 

"Sin niños", dijiste.

Y te llamé enseguida, de camino al autobús. 

- ¿Qué pasa, papá?

- No pasa nada. ¿Os venís a comer, entonces?

- Claro, ahí estaremos.

Y rompí a llorar en cuanto colgué, porque sabía que iba a ser un cáncer.

Es curioso, porque nunca te he asociado al arroz al horno, más bien al arroz negro o a la paella.

Y ahí estábamos, el domingo, alrededor de la cazuela de barro, nerviosos, esperando a que encontraras el momento. Y, mientras movías tu silla para sentarte, nos dijiste "Bueno, sé qué estáis nerviosos, así que os lo cuento ahora y así comemos tranquilos. Tengo un cáncer de pulmón. Me acabo de enterar y estoy pendiente de hacerme más pruebas".

No recuerdo nada más, creo que te hicimos algunas preguntas a las que no supiste contestar. Y, tal y como habías dicho, comimos tranquillos, como si nada. Creo que aún no habíamos asimilado el palo.

Y, en el fondo, hicimos como tú: normalizar la situación.

Recuerdo que M. fue a la cocina y yo fui detrás de ella. La recuerdo llorando desconsoladamente. Recuerdo intentar consolarla, le dije que ahora más que nunca teníamos que vivir el presente. Por ti, papá, pero también por nosotros. Recuerdo que le dije que, de momento, nada había cambiado con respecto al mes anterior porque estabas vivo, que ya tendríamos tiempo de echarte de menos cuando te fueras, pero que ahora había que aprovechar y disfrutar al máximo de ti.

Y lo conseguimos. Yo por lo menos lo conseguí. Para mí nada cambió hasta casi el final, y los 8 meses que pasaron hasta que nos dejaste los viví feliz de tenerte.

"Si lo sé me invento un cáncer", decías a menudo. Te gustaba vernos tan pendientes de ti. 

Tú, como mucha gente en tu situación, tuviste la gran oportunidad de tener un "preaviso". Pudiste poner en orden las cosas que no te habían dejado vivir en paz durante muchos (demasiados) años. Pudiste aprovechar el tiempo como solo sabe hacerlo quien es conocedor de que le queda poco.

Porque los demás, los sanos, no sabemos disfrutar de verdad y nos creemos inmortales, de ahí que dejemos pasar los días sin darnos cuenta de que no vale la pena enfadarse, preocuparse o cualquier otra forma de sufrimiento. 

Los que te conocíamos bien vimos el cambio: de repente, dejaste de lado al ego y solo te importaba estar en paz. Nada más.

Y disfrutar, aprovechar el tiempo como no lo habías hecho antes.

Yo te miraba y pensaba que ojalá me fuera como tú, con esa serenidad y esa calma.

Ahora, 4 meses después de tu partida, sigo deseando seguir tus pasos en un futuro, ser capaz de despedirme así: sin dramas, con esa aceptación tan asombrosa que tú achacabas a tu fe.

Me diste la última lección de muchas, y la más bonita. A tu manera, como siempre hacías: sin hablar, predicando con el ejemplo.

Mis hermano y yo asistimos maravillados a tu proceso, sobre todo y de manera más intensa,  la última semana. Y coincidimos en que todo fue perfecto porque en esa habitación, la 732 de la Torre F de la La Fe, no hubo ni un solo momento de sufrimiento. (Bueno, mentiría si dijera eso. Hubo uno: cuando entró la enfermera a sedarte, ahí me derrumbé.)

Nos lo hiciste todo muy fácil, papá. Fue incluso divertido porque hasta el final hiciste gala de este sentido del humor tan negro que hemos heredado de ti y que es tan incorrecto a veces.

Te reías de ti mismo, de tu degeneración, de la muerte. De TU muerte.

Nunca te vi llorar y hacías todo lo posible por que tu despedida no resultara triste.

Lo conseguiste y te estoy enormemente agradecida por ello, porque me ahorraste un mal recuerdo. Y, en su lugar, nos construiste un recuerdo muy bonito, lleno de amor. 

Te recuerdo siempre rodeado de nosotros y de amigos que venían a verte todos los días. Algunos venían de lejos, a despedirse pero sin despedirse: Santos, que te propuso volver a Cuba cuando te dieran el alta y Pedro, que al irse dijo "bueno, Luis, nos vemos dentro de nada en el Congreso". Ambos sabían que eso no ocurriría, y tú también lo sabías, pero les seguías el juego.

Te recuerdo siempre con alguien cogido de la mano. Buscabas el contacto, como hacías cuando éramos pequeños (y no tan pequeños) en tu sofá. No querías quedarte solo.

No sé si sufriste, pero diría que no. A menudo te preguntaba "¿Papá, te duele algo?" y siempre me contestabas que no.

Me han dicho que te escriba, que hable contigo.

Y lo hago hoy, un año después de que me diera cuenta de que era una privilegiada por tenerte en mi vida. Un año después de ese arroz al horno cuya foto conservo y que debiste de hacer con mucho amor, porque te salió buenísimo."