miércoles, 3 de febrero de 2016

Dentro y fuera: causa y efecto.


Cuando nos sentimos mal, pensamos que la causa está afuera y que nuestro sentir es el efecto de lo que está ocurriendo, pero es justamente al revés. Mientras sigamos invirtiendo el orden de las cosas solo cambiarán los escenarios, pero la causa del sufrimiento permanecerá inmutable. Porque la causa no está en lo que vemos, en lo que nos ocurre, en lo que nos hacen o en las experiencias que vivimos, sino que todo esto es efecto de nuestro sufrimiento interno.
La causa está en nosotros, en nuestro orgullo, en nuestro control, nuestros complejos, nuestra desconfianza, nuestra rabia... Todo esto preexiste y, por tanto, es desde ahí desde donde nos relacionamos, desde donde observamos. Todo lo vemos a través de esos cristales y, sinceramente, ¿se puede ver algo tal y como es con unas gafas que distorsionan?
Sin embargo, pensamos que esto funciona a la inversa, creemos que sentimos rabia por algo que nos ha ocurrido, sin que nosotros hayamos tenido nada que ver, creemos que nos limitamos a reaccionar de manera natural y espontánea. Pero no, nosotros juzgamos, nos empeñamos en controlarlo todo, tenemos miedo... Ése es nuestro punto de partida y en este estado interno observamos todo lo que nos rodea, lo juzgamos y, entonces, nos creemos víctimas de las circunstancias, creemos que nuestra reacción es la consecuencia de un acontecimiento externo cuando en realidad somos nosotros los que proyectamos nuestro estado interno a todo lo que nos rodea.
De no ser así, no podríamos intervenir en nuestras reacciones, nos vendrían impuestas. Menos mal que siempre podemos decidir dejar de mirar hacia fuera y empezar a mirar hacia dentro, abandonando esa idea de causa/efecto para tomar responsabilidad sobre nuestro sentir.
En ese momento, dejamos de investigar causas, dejamos de buscar culpables, dejamos de aferrarnos a todos los pensamientos que nos llegan en cascada y que nos reafirman en la idea de sufrimiento. Porque estos pensamientos son nuestra responsabilidad, nosotros los hemos creado, con nuestras creencias, nuestro pasado, nuestros miedos...y nosotros les damos credibilidad... o no. Nosotros los parimos, nosotros decidimos.
Cuando dejamos de hacernos las víctimas, nos damos cuenta de que lo único que nos hacía sufrir era esa película que nos estábamos contando, el dramatismo con el que la estábamos adornando. Entendemos que todo este drama empieza y acaba en nosotros, que somos el guionista, productor, director, actor principal y el espectador de esta película que es nuestra vida. Y, si cambiamos el rollo de la película y ponemos otra más alegre, cambiará nuestro sentir. 
Porque hay muchas maneras de contarnos lo mismo, sin necesidad de engañarnos. Porque, además, las cosas nunca son como nos las contamos, nunca son tan graves, no somos objetivos. Esto es algo que se ve perfectamente con el tiempo y la distancia: si lo que nos hace sufrir  tanto hoy, dentro de 10 años será una chorrada, quiere decir que ya lo es, pero que no queremos verlo así, queremos añadirle una enorme carga dramática porque, en el fondo, somos adictos al sufrimiento. También lo vemos cuando se lo contamos a otra persona y le quita hierro al asunto: si nuestro drama no lo es tanto para otro, quiere decir que no tiene por qué serlo necesariamente para nosotros, que ese dramatismo es una elección personal pero que no es inevitable.
¿Para qué esperar 10 años a darnos cuenta de que era nuestra manera de ver las cosas lo que nos atormentaba, pudiendo empezar ahora?

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