viernes, 8 de enero de 2016

La gran obra de teatro

Ayer en la radio escuché que no se puede engañar a la cámara las 24 horas del día porque, al final, te acostumbras a su presencia y dejas de fingir. Eso debe de ser lo que ocurre en algunos programas de la tele en los que la gente hace cosas en público con absoluta falta de pudor, como si no los estuvieran viendo el país entero, sus padres, sus compañeros de trabajo, los vecinos... Siempre me ha resultado muy curioso ese comportamiento y ahora lo entiendo: pierden la noción de estar siendo observados.
Para fingir, lo que viene muy bien, son las redes sociales, tienen la ventaja de que entras cuando quieres y te puedes poner en modo actor hasta que cierras la pestaña. Es el lugar ideal para coger y afianzar un rol, para ser quien te gustaría ser, para tener un montón de amig@s cuando en realidad te sientes sol@, para hablar de tus intimidades por chorras que sean con quien no lo harías nunca porque en realidad no lo conoces de casi nada. Yo misma me vi en ésas hace unos años y, la verdad, tiene su puntito, pero no es real. 
Hay quien plasma su vida entera, desde que se levanta hasta que se acuesta, con fotos de todo lo que hace y el resto le comenta lo chulo que es todo, lo fascinante que es su vida, lo envidiable que resulta su relación, lo guap@s que son sus hij@s, lo guap@s que son ell@s. Y, claro, eso engancha, sobre todo cuando no te sientes bien, cuando no te gusta la vida que realmente llevas. Porque en las redes sociales puedes enseñar solo la fachada, lo bonito; de hecho, a nadie se le ocurre mostrar sus miserias y contar en realidad cómo se siente. Se acabaría la "magia".
He visto parejas idílicas decirse a todas horas lo muchísimo que se quieren, dedicándose canciones de amor y corazones sin parar y, al día siguiente, enterarme de que ya no están juntos. Al principio me extrañaba muchísimo, pero ya me he acostumbrado. 
Este fenómeno de exhibicionismo engancha y es una droga. Hasta el punto de que hay quien ha conseguido salir de eso y está convencido de que forma parte de su negro pasado y, en momentos de bajón, vuelve otra vez a sumergirse en un mundo ficticio, a hacerse un montón de amigos, a contar lo que está haciendo y que en realidad no le importa a nadie, a participar en conversaciones que, realmente, no le interesan nada, porque no le interesaban cuando no se sentía solo.
Porque las redes sociales anestesian, por un momento, te hacen sentir llen@, te sacan por un instante de esa vida que no te está gustando y que rechazas, te hacen creer que eres popular, gracios@, inteligente, guap@... Pero no es real, esa sensación no es real pero, precisamente por ser efímera, se puede mantener. Ése es el secreto. Lo efímero es lo que le da ese poder de auto engaño, como una noche loca en la que triunfas de forma arrolladora solo porque dura eso, una noche. Nada es real y uno siempre vuelve, lo quiera o no, a su realidad. Lo que de verdad ES te espera a la vuelta de la esquina porque nadie puede escapar eternamente de su realidad, nadie puede fingir, como decían ayer, las 24 horas del día. Pero, por lo menos, durante un instante, has creído ser lo que te gustaría. 
Y si esto es, por ejemplo, Facebook, para qué hablar de la mentira de las webs de ligar, tipo Meetic. Ahí ya cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


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