viernes, 4 de septiembre de 2015

¡Cómo hemos cambiado!

Recuerdo haber ido a los cines Martí con mi abuela a ver la película de Titanic.
Recuerdo haber llorado como una magdalena porque, en el fondo, soy una romántica.
Pero, sobre todo, recuerdo dos escenas, de idéntico contenido, pero muy diferentes entre sí.
En una de ellas, un grupo de señoras de la alta sociedad, muy monas y enjoyadas ellas, se acomodaban en un bote salvavidas sin estrechez ninguna, al contrario. Allí sobraba sitio por todas partes.  Y se alejaban a toda viruta para que nadie más accediera al bote y así poder estar lo más cómodas posible hasta que se les rescatara.
En la otra escena, había un montón de gente en otro bote salvavidas, no cabía ni un alfiler, pero de verdad. Y, cuando alguno de los que se estaba ahogando intentaba subir, lo molían a remazos porque eso implicaría el vuelque del bote y la muerte de los que ya se habían salvado.
El hecho es el mismo, en ambos casos se está impidiendo a unas personas salvar la vida.  En ambos casos por miedo, eso vaya por delante.
Ahora bien, la finalidad no es la misma. No es lo mismo que yo condene a morir a otro para seguir viviendo a todo trapo que el que lo haga para salvar mi vida. No sabría explicarlo más allá de esto, pero no es lo mismo. Lo primero es egoísmo y lo segundo instinto de supervivencia.
A todo esto, podemos añadir el hecho de que se cerraron los accesos al exterior de la tercera clase  y no se les repartieron chalecos salvavidas, porque sus vidas, entendían los miembros de la tripulación, valían menos. Claro que eran pobres y los pobres solo traen problemas, porque se pasan la vida pidiendo o robando y además van sucios y huelen mal y no tienen modales. No como los ricos, que son guays y no roban y huelen a colonia y son unos caballeros.
Menos mal que ahora las cosas han cambiado y ya no somos tan hijos de puta como antes.

“No estoy de acuerdo con los criterios que se han manejado, hay que darle otra vuelta a este tema para fijar la capacidad de cada estado” José María García-Margallo, Ministro Español de Exteriores.

Y digo yo que claro, hombre, que le den las vueltas que sean necesarias, que no hay prisa, total, los que mueren son de tercera clase. 



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