martes, 1 de septiembre de 2015

Déjame sentir.


Deja ya de obligarme a fingir, deja de querer convencerme de que soy fuerte, porque no lo soy; de que lo tengo todo controlado, porque no controlo nada; de que no me pasa nada, porque es obvio que algo me pasa;  de que esto por lo que estoy enfadado es una tontería, porque, vale, será una tontería, pero yo no lo estoy percibiendo así;  desde el momento en que me enfado, por pequeño y fugaz que sea ese nudo que me coge en el estómago, es que no me parece una tontería.
Ya sé que soy afortunada, que no tengo motivos para sentirme así. Ya sé que todo el malestar me lo monto, siempre, yo.
Todo eso lo sé, deja ya de repetírmelo, porque no sirve de nada.
Déjame sentir, de lo contrario nunca me conoceré, nunca seré capaz de reconocer que tengo que hacer cambios, que tengo que aprender a ver las cosas de otra manera.
Jorge Lomar explicaba un día que el sentir es como un pilotito del coche, que se enciende para avisarnos de algo, que ignorarlo es un suicidio, que no atenderlo nos conduce irremediablemente a la ruina.
Así que déjame  sentir. No me digas que lo que siento es una chorrada, no me vengas con que no tiene justificación, porque sí la tiene (aunque obviamente el motivo de mi estado no es ése al que me estoy aferrado, esto es solo la excusa).
Y, mira, lo que estoy sintiendo es lo que hay  y no quiero mirar hacia otro lado, quiero sentirlo. Y quiero hacerlo porque es la única manera de darme cuenta de que, más allá de ese sentimiento, no hay nada real, que es todo una invención mía y que, como todo lo falso, no es eterno. Pero, para eso, necesito mirarlo a cara, necesito dejar de huir, de enmascarar y de suavizar mis sentimientos, necesito dejarlos ser, con la intensidad que tengan en cada momento.  Porque solo así les quito credibilidad, solo así me puedo dar cuenta de que eso que siento no soy yo, sino un malestar producido por mi sistema de pensamientos, por mis creencias (equivocadas, por supuesto) por mis miedos (irracionales, por supuesto), por mis carencias (inexistentes, por supuesto)…


Y, si lo dejo ser, si me uno a ese sentir y no me resisto, ni me avergüenzo, ni me siento culpable, poco a poco, va perdiendo intensidad. Hasta la próxima, claro. En que volveré a pedirte que me dejes sentir.

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