viernes, 18 de septiembre de 2015

Nada es lo que parece



Petra Laszlo, reportera húngara, encargada de cubrir los enfrentamientos entre la policía y los refugiados sirios en la frontera entre Serbia y Hungría, co-protagonista de esta historia.
Osama Abdul Moshen, refugiado sirio que trata de mejorar sus condiciones de vida, cargando en sus brazos a su hijo; el otro 50% de esta historia.
Doña Petra, que se encuentra haciendo su trabajo, llevando a hombros una pesada cámara de vídeo y una más pesada todavía ideología extremista (me da lo mismo hacia qué lado tienda, la verdad), no contenta con el trabajo que está realizando, decide colocar a cada uno en el lugar que, según ella, le corresponde y le pone la zancadilla a un refugiado que pasaba por ahí, corriendo que se las pela, con su hijo al brazo. Y ya está, ya le ha dado su merecido, ya ha hecho justicia.
Don Osama Abdul Moshen, sin esperárselo, cae de bruces al suelo, junto con su hijo, la mochila y la bolsa de plástico en la que lleva, seguramente, todo lo que necesita para empezar una nueva vida. Él, que acaba de sortear a un par de policías, que ve la libertad ya al alcance de su mano, que se las promete muy felices, se encuentra, de repente, comiendo hierba.
Pues bien, si congelamos esta imagen, diremos que a este pobre hombre lo que le ha ocurrido es una desgracia y que la zorra de la reportera se ha salido con la suya. Eso es lo que cualquiera de nosotros pensaría si, después de ver eso, no volviéramos a saber de ellos. 
Pero la vida no termina en cada acontecimiento, la vida es una concatenación de sucesos que en absoluto pueden explicarse de manera aislada, porque cada una de las cosas que nos ocurren, por pequeñas que sean, se relacionan con todo lo anterior y con lo que está por venir.
Por lo tanto, seguimos con la historia.
El resto de reporteros que se encuentra en la zona graba esas imágenes y esas imágenes, como no podía ser de otra manera, se publican en todos los medios y en todos los formatos.
Petra Laszlo, reportera húngara, se queda en la puta calle, la despiden, pide perdón y pasa a ser icono de la vergüenza de la Europa moderna.
Osama Abdul Moshen, refugiado sirio, ve cómo se le abre el cielo, Dios ha escuchado sus plegarias y ha querido que un señor del Centro Nacional de Formación de Entrenadores que estaba viendo una entrevista suya, lo fiche como entrenador, le proporcione una casa y le ilumine la vida. 
Ayer, mi hijo David, que tiene 11 años, viendo la noticia, dijo que al final le tendrá que dar gracias a la reportera, porque esa zancadilla le ha salvado la vida. Y es así. Lo que parecía una tragedia ha supuesto su salvación. 
Esto es lo que nos ocurre continuamente a todos. Juzgamos algo que nos está ocurriendo como tragedia sin confiar, sin dar la posibilidad a la vida de que nos aclare el porqué de las cosas, sin dar permiso a abrirnos a algo mejor. 
Y, posiblemente, esta historia tampoco acabe aquí, a lo mejor esta señora, que ha sido el hazmereír de la última semana, recapacita y, gracias a esto, gracias a estar en la calle, se replantea su extremismo, cae del guindo y le da por pensar que los refugiados son personas y no escoria. Entonces, se habrá cerrado el círculo y todos habremos salido ganando. 
Porque un psicópata menos en el planeta es motivo de alegría para el resto de sus habitantes.

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