lunes, 6 de julio de 2015

Libertad, divino tesoro

Estaba dando un taller en el que hablaba, entre otras cosas, de la necesidad de deshacernos de la culpa y una persona, con aire inquieto, preguntó:
       -      Entonces… ¿todo vale? ¿Nos lo tenemos que perdonar todo?
       -      Sí, claro, todo vale. Nos lo tenemos que perdonar todo.
(Silencio, caras desencajadas, mal rollo generalizado...)
Y es que la culpa es un vicio del que no queremos desengancharnos tan a la ligera porque, en el fondo, nos da miedo la libertad. Porque creemos que controlamos (nuestras vidas, a nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros amigos, a nosotros mismos…) a base de amenazas, prohibiciones y castigos. Creemos que, si le ponemos límites al cielo, a la vida, solo nos ocurrirá lo que tenemos pensado que queremos vivir. Creemos que el miedo nos protege, que sin él estamos desnudos y a merced de cualquier peligro. Y nada más lejos.
Lo que sucede es que confundimos la libertad con el derecho a ir haciendo daño alegremente  por donde pasamos. Eso no es libertad, eso lo hemos hecho todos saltándonos todas las prohibiciones, a pesar de ellas, incumpliendo a escondidas los pactos que libremente habíamos acordado. Luego, como no, llegan los remordimientos y las culpas que, por cierto tampoco nos garantizan que eso mismo no se vuelva a repetir.
Eso no es libertad, insisto. 
No se trata de hacer lo que nos dé la gana, sino de concedernos la gracia del perdón a lo que sea que ya hayamos hecho. Se trata de que seamos conscientes de que todos tenemos derecho a equivocarnos, reconocer el error, arrepentirnos y rectificar, pero sin esa lacra que es la culpa. Se trata de entender que sentirnos culpables, malas personas, egoístas... no nos aporta nada positivo ni nos ayuda a rectificar.
Libertad, por lo tanto, significa actuar sin miedo, desde el amor. Significa dejar de ver ataque fuera, no necesitar defendernos, no vengarnos, no recrearnos en el sufrimiento ajeno, no competir.
Libertad significa estar en paz con nosotros mismos y que esa paz sea la que rija nuestros actos. Y es, precisamente en este marco, donde todo vale.

Por lo tanto, claro que sí, todo vale. Faltaría más. 

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