Un día, pensé que me había
equivocado, que había cometido un error, que era culpable, que había hecho daño
a otras personas, que esas heridas que yo había provocado nunca cicatrizarían.
Entonces, me puse a buscar entre
mis recuerdos para averiguar quién tenía la culpa de mi error, porque yo nací
inocente. Por lo tanto, alguien tuvo que herirme en algún momento para que yo
me convirtiera en el error que soy ahora. Empezaron a surgir imágenes de mi
infancia, mis padres, mis profesores, amigos del colegio, mis hermanos, mis
abuelos, mis tíos, la dueña de la tienda de juguetes de la esquina… Y encontré
a los causantes de mi error.
Enseguida me di cuenta de que a
esas personas las habían herido, a su vez, otras personas y que aquella búsqueda no tenía fin (excepto para quien cree a en Adán y Eva y el pecado original, ellos lo tienen fácil)
Un día, pensé que me habían
traicionado, que me habían hecho daño. Y decidí que eso justificaría en
adelante todo el daño que yo pudiera ocasionar a los demás.
Ahora, me doy cuenta de que, en
realidad, nunca me he equivocado, porque quien hace las cosas lo mejor que sabe
no se puede equivocar. Y, de paso, me he dado cuenta de que, en realidad, nunca me
han herido, sino que he sido yo la que lo he “soñado”. Me he dado cuenta de que, hoy, estoy aquí gracias a todo lo que he vivido, lo haya rechazado o no.
Y, la verdad, me gusta donde
estoy.
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