La primera resistencia que aparece,
cuando tomamos el firme propósito de hacernos responsable de nuestro sentir y
de, por lo tanto, ser felices (al fin y al cabo todos queremos ser felices) es
la que consiste en negar que sufrimos porque queremos. A eso se le llama
victimismo.
Aunque el ego nos quiera hacer
creer que, frente a determinadas situaciones, no tenemos alternativa al
sufrimiento, eso no es cierto. Siempre hay otra manera, siempre se nos da la
capacidad de elegir cómo nos queremos sentir. Independientemente de las
circunstancias, de los acontecimientos. Independientemente de las personas que
nos rodean. Independientemente de TODO.
Claro que, para entender esto,
tenemos que hacer un ejercicio de profunda honestidad y reconocer que, en el
fondo, creemos que el sufrimiento nos aporta algo. Puede que pensemos que nos
protege, que nos impulsa a obtener un cambio, que nos permite controlar a los
demás. Puede, incluso, que creamos que hacernos las víctimas nos resta
responsabilidad porque, si sufrimos, podemos culpabilizar a otros.
Todo eso es falso, el sufrimiento no
nos permite, per se, nada, excepto sufrir. Nada más. No hay nada que consigamos
con sufrimiento que no se pueda conseguir desde la paz, pero al revés sí
ocurre: desde un estado mental de paz tenemos la lucidez suficiente para ver
las cosas tal y como son, sin dramas.
El sufrimiento desgasta, cansa,
merma pero, además, alimenta al ego, se retroalimenta y pide cada vez más y más. Y,
en nuestra sociedad, hay una adicción aterradora al sufrimiento. El que no
sufre parece inhumano, cuanto más sufre uno más persona es.
Como digo, es una elección y por
supuesto que cada uno es libre de vivir como quiera. Pero no es inevitable y,
cuando uno aprende a deshacerse de él, no lo vuelve a echar de menos. Aunque
eso implique dejar de buscar culpables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario