jueves, 4 de junio de 2015

Felicidad sujeta a condición


Entre la vida y yo se establece de manera recurrente un diálogo en el que ella me pregunta si quiero ser feliz. Entonces le digo que claro, que cómo no iba a querer serlo.
Y la vida me pregunta que por qué no lo soy. Y le contesto que cómo voy a serlo, en estas condiciones, que yo quiero ser feliz, pero que para eso se requieren unos mínimos. Antes, tendré que salir de la situación en la que me encuentro, porque así, en este plan, es imposible.
Y la vida me mira, compasiva, y me dice que bueno, que vale, que ahora mismo he tomado la decisión de sufrir, pero que avise cuando cambie de opinión, si es que cambio. Y yo me quedo a cuadros porque no entiendo nada: si estoy diciendo que sí, que quiero dejar de sufrir, pero que antes tendré que adelgazar, encontrar un trabajo, recuperar a mi pareja, tendrán mis hijos que sacar buenas notas y mi perro dejar de mearse en el parquet. Y entonces seré feliz.

Y, mientras, sigo estresada, enfadada, desagradecida, con miedos, triste, porque ¡cómo no voy a estarlo! Si todo me sale mal, si la vida es injusta conmigo porque, la verdad, es tan tan injusta conmigo...
Hasta que un día, cuando ya no puedo más, algo se ilumina y me doy cuenta de que, en realidad, es una decisión que solo depende de mí, de que tenga el valor suficiente para tomarla. Pero sin condiciones, sin negociaciones con la vida, sin chantajes ni manipulaciones. Ahora. No mañana, ni pasado, ni el mes que viene. Con absoluta entrega, soltando la artillería que siempre tengo preparada por si acaso. Así, de manera sencilla, como todo en la vida cuando nos deshacemos de las pajas mentales.” QUIERO SER FELIZ. “
Entonces, vuelvo a citarme con la vida, nos tomamos un café y se lo cuento. Que ya estoy dispuesta, que sí, que esta vez va en serio. Que estoy dispuesta a deshacerme de mis miedos, de mis apegos, de mis expectativas, de mis necesidades (de todo eso que siempre me he inventado para justificar mi desdicha), que le entrego todo eso y que haga, a partir de ahora, lo que le dé la gana porque yo, en cada momento, me haré la pregunta “¿elijo paz o sufrimiento?”, haciéndome absolutamente responsable de mi sentir, sin condiciones.

Porque, cuando ponemos condiciones, ponemos excusas, solo que culpamos a los demás (o la vida) de nuestra creencia de ser incapaces.

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