lunes, 29 de junio de 2015

Aferrados a la Nada


Ambos lo sabían, pero ninguno decía nada, no fuera a ser que sus vidas cambiaran.
- ¿Me quieres? Preguntaba ella
- Claro que te quiero, contestaba él. 
Y los dos sabían que no, que las cosas ya no eran como antes.  Que, en realidad, se habían estado haciendo compañía durante todos esos años, cumpliendo así la promesa que un día se hicieron, sin hablar, de cubrirse las respectivas carencias.  Que lo que allí pasaba era que se necesitaban, que dependían emocionalmente el uno del otro.  
Porque se daban seguridad, porque aquello era lo conocido, porque el mundo (eso lo sabemos todos) es un lugar inhóspito, peligroso, lleno de situaciones desconocidas. Porque en casa se estaba muy calentito. Porque, además, no se llevaban mal. 
Vale que no sentían ya nada el uno por el otro, vale que él, sin buscar, había encontrado a otra a quien amar. Vale que ella, en el fondo, lo sabía y prefería disimular por no levantar la liebre. Vale que llegar a casa era una condena, vale que los fines de semana se hacían eternos. Pero les daba tanto miedo imaginarse la vida de otra manera... Había sido hasta entonces todo tan seguro y tan predecible en esa casa, que la idea de adentrarse en un mundo cambiante, en el que cada día les pudiera ocurrir algo nuevo, les aterraba.
Hasta que un día, uno de los dos se atrevió y dijo:" Mañana me voy"
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Y fueron felices y comieron perdices.



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